martes, 29 de enero de 2013

TRIUNFOS IRRACIONALES


En un país con una clase política instalada en la corrupción más descarada, con una estructura política pensada para vivir en un constante equilibro inestable y con una sociedad cuyo nivel educativo parece estar a la cola del mundo occidental (o lo que aún queda de él), en un país así, como es el nuestro, resulta sorprendente observar que los éxitos deportivos se sigan sucediendo un fin de semana tras otro.

Hacía esta reflexión el pasado fin de semana cuando nuestros grandísimos jugadores de balonmano celebraban el segundo título mundial conseguido en los últimos ocho años. Una selección que no contaba en las quinielas de grandes favoritas y que, al factor de jugar como local, ha sabido añadir las dosis justas de pasión, coraje y entrega para apabullar en la final a uno de los rivales más potentes del balonmano mundial. Un triunfo vestido de agradable sorpresa.

Coincide el éxito de estos chicos del balonmano con otros éxitos más o menos recientes (las victorias en campeonatos de Europa y del Mundo de nuestras selecciones de fútbol-sala, hockey sobre patines o rugby a 7, por ejemplo) que suelen considerarse "menores" por prensa y aficionados

Ya se sabe, en este país nadie sabe aún por qué se le llama "deporte" cuando se quiere decir "fútbol" exclusivamente. Para muestra, un botón: Karina Kvasniovaperiodista deportiva de origen lituano que trabaja en España cuenta en su entrevista para Jot Down que al llegar a España y empezar a ejercer en los medios la previnieron de que aquí "el 40% es Madrid, 40% Barça y luego un poquito de Gasol, Alonso y Nadal". Y me parece generoso ese margen del 20%, sinceramente...

Quizá convenga reflexionar sobre los logros de un país sin medios, o mejor dicho sin tantos medios como los de su competencia directa- que cosecha éxitos a base de un derroche de ilusión, pasión y sacrificio difícilmente equiparable. 

Ahí están las alegrías que nos dieron el pasado verano en los Juegos Olímpicos de Londres las chicas de balonmano precisamente (nueve de las cuales han tenido que emigrar a Dinamarca, Serbia o Francia para poder jugar profesionalmente y cobrar por ello). Las chicas del waterpolo, debutantes en los Juegos Olímpicos y brillantes finalistas. La mismísima Mireia Belmonte que tras conseguir sus dos medallas de plata ha estado cuatro meses sin poder entrenar en su club de toda la vida (C.N. Sabadell) hasta que ha conseguido patrocinio suficiente para poder sufragar el alquiler de las instalaciones en las que se venía entrenando hasta el día antes de competir en Londres. 

Éxitos inesperados también como el de Javier Fernández, madrileño de 21 años que se ha convertido en el primer medallista para España en un campeonato europeo de patinaje artístico. Oro nada menos. Seguro que ahora todos le exigiremos que se traiga otro oro de los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Sochi (Rusia) el año que viene. Un triunfo fruto del talento natural debidamente trabajado gracias a su decisión de trasladarse a Estados Unidos, a Rusia y después a Canadá para poder entrenar en condiciones adecuadas  y poder mejorar y desarrollar su potencial innato.

Éxitos que, en un país que afronta el enésimo año de crisis, en el que la tasa de paro no deja de crecer y en el que la ya de por sí habitual fuga de talento se ha convertido a día de hoy en una huida en masa al extranjero en la búsqueda de trabajo y una mínima estabilidad profesional, resultan sorprendentes, inesperados e irracionales. Contrarios a casi todo lo que escuchamos y leemos que sucede a diario en nuestro país, por cuanto el deporte es una actividad que fomenta y se sustenta en valores de equipo: anteposición de intereses particulares en favor de los colectivos, búsqueda del  bien común por encima de egolatrías propias y distintivas de cada cual, esfuerzo y sacrificio, confianza ciega en el compañero que cubre tu espalda...