martes, 23 de octubre de 2012

JUZGANDO EL PASADO

 


 
Lance Armstrong ha sido desposeído de sus siete victorias en el Tour de Francia. Así lo anunció ayer Pat McQuaid, presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), quien ha decidido seguir la petición remitida por la Agencia Antidopaje estadounidense (USADA) de sancionar de por vida al excorredor de Texas.

Nunca me resultó simpático el señor Armstrong pero tampoco puse en duda en su día sus resultados ni su rendimiento, al menos no más allá de lo que puse el del resto del pelotón que cada año deambula por la geografía mundial subido a una bicicleta en interminables etapas diarias y cuya credibilidad, tras episodios como el "Caso Festina" o la "Operación Puerto, estaba más que cuestionada.

Y es que, a estas alturas de la película, que alguien aún pueda pensar que esos señores hiperfibrados suben puertos y bajan colinas a base de pasta, fruta y barritas energéticas parece ingenuo. Para los incrédulos (o, si prefieren, románticos) les recomiendo que vean el reportaje que ese maravilloso programa llamado "Informe Robinson" ha dedicado recientemente al ciclista David Millar y su vida deportiva llena de luces y sombras marcadas por el dopaje. 

Estoy en contra de quien hace trampas y de quien, sirviéndose de posibles lagunas legales, utiliza medios no éticos ni morales para sacar provecho propio en perjuicio de los demás. Pero lo anterior no justifica, en mi opinión, que se deba perseguir a quien en su día compitió y se sometió a los controles legalmente establecidos sin que nadie pudiera demostrar que lo hacía de manera ilegal.

Una cosa es tener la sospecha, más o menos fundada, de que quien más y quien menos va con "gasolina" en esto del pedal y otra distinta entrar a revisar el resultado de competiciones años después de haberse disputado y tener un ganador. Si Lance Armstrong o cualquier otro ciclista se dopó en su día y no se detectó cuando correspondía, la responsabilidad debería recaer en quien debió poner los medios necesarios para garantizar la pulcritud de la competición y no lo supo o no lo quiso hacer. Lo contrario nos llevaría a la constante incertidumbre del resultado sometido a la posibilidad de revisión eterna cuando los encargados de velar por la legalidad quieran, les interese o - en el mejor de los casos- dispongan de los medios necesarios para poder probar las trampas de un deportista.

Y es que la batalla contra  el dopaje parece perdida, más cuando uno lee a sus responsables decir cosas como las que Victoria Ley, actual Jefa del Departamento de Investigación, Desarrollo e Innovación de la Agencia Española Antidopaje, cuenta  en su entrevista en Jot Down: "Con un buen asesoramiento médico y con cuidado, es posible doparse y no dar positivo".

Siendo así las cosas, dejemos de juzgar el pasado y pongamos los medios y esfuerzos necesarios para intentar pillar a los tramposos actuales y que estén por venir y no a aquellos que lo fueron y, por una u otra razón, no supimos detectar. Lo contrario podría llevar a caer en el aún mayor de los ridículos de desposeer a Armstrong de sus títulos para adjudicárselos en los despachos a otros (Alex Zülle, segundo clasificado en el Tour de 1999, Jan Ullrich en los de 2000, 2001 y 2003, Joseba Beloki en el de 2002, Andreas Kloden en el de 2004 e Ivan Basso en el de 2005) que en algunos casos han sido igual de tramposos al haber estado implicados o haber reconocido públicamente haber formado parte de tramas de dopaje durante sus carreras.